domingo, enero 28, 2007




a foggy night

miércoles, enero 24, 2007

504 enero 2509

neblina-bosque
"sol"
"camino"
ola
neblina-luz
floto dentro

martes, enero 23, 2007








aca van algunas fotos locas que silvana, mi prima que vive aca, me mandó.
y respondiendo al comentario de marian sobre babel, creo que está en lo cierto, no vi la peli y puse la nota porque me parecía interesante lo que contaba y cómo lo contaba, pero parecería ser que el hombre este ha sido deborado por el sistema...
en fin.
aca van las fotos locas.
mi prima las llamó: "Desde el ángulo justo."

viernes, enero 19, 2007

salio una nota a fernando de catupecu.
la lei y llorando la termine.
es una explosion de vida y energia y amor y el limite de todo en todo.
es larga pero si pueden leanla porque gracias a ellos podemos ser testigos de "eso" que no tiene nombre posible, que es la sustancia detras de todo lo que hacemos, que es lo que sostiene el universo, nuestras vidas, nuestras muertes, y todo lo que esta dentro, fuera y en el medio.
no se que mas decir.
leanla si pueden y cualquier cosa comentenme lo que les surge, o escuchen mas catupecu, o vayan a recitales, o salten, o escriban algo, o pinten, o sean.
sobre todo lean la parte del silencio y la soledad, o cuando le tocan a gabriel para hacerle el mapeo.
es lo mejor que he leido en mucho tiempo, por la generosidad, el amor y compasion que nos transmiten gabriel y fernando y todo el universo visto desde la optica de fernando y porque nos dejan estar con ellos ahora cada uno desde su lugar en el mundo.




19 de enero de 2007






Fernando Ruiz Díaz

Acá va el jinete de todas las noches que se puedan contar en una vida, dominando Santa Fe, altura Plaza Italia, a bordo de un Volkswagen Suran negro, una bestia prepotente que lo lleva todos los días de Villa Luro a Palermo, de Palermo a Escobar, de las bocas de tormenta al filo de la madrugada, si se permite la licencia. Al pasar por esas cuadras a velocidad crucero, el jinete en cuestión, que se llama Fernando y tiene el perfil de un cavernícola bien parecido, recuerda las semanas que siguieron al accidente de su hermano Gabriel, camino al hospital Fernández y a una sala de terapia intensiva en la que podía pasar cualquier cosa, una muerte o una ceremonia con vino tinto y músicaemocionante frente a un paciente en estado vegetativo. Todo tan vital, todo tan Catupecu Machu.

De modo que ahí donde los autos chocados suelen acumularse contra el cordón que da a las rejas del Botánico, con todos esos gatos mimados y sobrealimentados por las viejas del barrio, Fernando parpadea un par de veces y parece como si se detuviera, o como si pusiera la nave en piloto automático y la dejara deslizar como sobre hielo por la segunda banda izquierda de la avenida; y lo que dice el jinete es que, desde el accidente, es la segunda vez que pasa por esa cuadra, por el lugar exacto adonde fueron a parar los restos del auto de Gabriel, ese Fox negro –no tan distinto al Suran en el que vamos ahora– que, excepcionalmente, no venía con airbag ni con frenos abs y que fue a morder el borde de un islote de la avenida Sarmiento después de una hermosa noche de amigos, tragos y vértigo interior, de cerveza artesanal y de rock pistero. Lo que quedó de la máquina de Gabriel estuvo ahí un buen tiempo, un bollo de chatarra al que los pibes de Catupecu iban a dejar sus mensajes de aliento y deseos de recuperación. Y el jinete, a todo esto, procuró no detener la marcha, comandar el proceso de supervivencia y rehabilitación de su hermano con la velocidad y la intensidad de siempre, sin bajar la voz ni buscar la compasión de nadie porque, como dijo un amigo de la familia en la sala de espera del Fernández a las pocas horas del accidente: "Dale, loco, que esto no es un velorio".

Acá no hay velorio. En términos clínicos, hubo primero una evolución del coma al estado vegetativo; a esta altura un estado vegetativo persistente. Lo que equivale a decir que Gabriel, internado en el sofisticado centro de rehabilitación fleni en Escobar, vive en un limbo indescifrable, o al menos muy difícil de decodificar para cualquiera que no sostenga con él el tipo de conexión metafísica que, presumiblemente (al menos yo me lo creo), sostiene con Fernando. Gabriel responde a algunos estímulos externos: al groove del bajo de "Beat It" de Michael Jackson o la voz de su hermana Cristi, a los primeros compases de "Like Eating Glass" (el tema de Bloc Party que estaba escuchando cuando se pegó el palo) o al mínimo susurro de la voz huracanada de su hermano. Gabriel desdobla su tiempo en períodos de sueño y vigilia; está ahí, duerme y despierta, aunque no pueda usar su fuerza motora a voluntad.

Fernando no duda que Gabriel está ahí en carne, conciencia y espíritu; lo supo desde el primer momento en que lo vio, no le hizo falta ningún diagnóstico médico para saberlo. Y también supo que si su hermano decidía abandonarse y dejar de respirar, él lo comprendería profundamente. Se lo dijo así, clarito, en esas mismas primeras horas en que le cantó un mantra impreso en un libro budista que le había regalado una amiga. Fernando quiso capturar ese momento para siempre, un momento de dolor y amor infinitos, y al día siguiente, apenas treinta y seis horas después del accidente, fue a Face Tatoo a estamparse el mantra en el antebrazo derecho, replicado en escrupulosa caligrafía sánscrita. Cuando terminó el trabajo, el tatuador se lavó las manos, lo miró a Fernando y le dijo: "Lamento conocerte en este momento de tu vida". "No lo lamentes", le contestó Fernando. "Me estás conociendo en el momento más importante de mi vida."

Esa escena en la casa de tatuajes ocurrió el 1° de abril. Algunos días antes, Catupecu estaba preparando su show en Obras y discutía la lista de temas en una mesa en la terraza de una cervecería de Recoleta. Gabriel y Fernando se trenzaron como suelen trenzarse los hermanos sanguíneos, a los gritos; Gabriel dejó la plata para pagar la cuenta y se fue. Al día siguiente, en la sala de ensayos de Villa Luro (en esa manzana de la orilla oeste de Capital que es el puerto principal y la nave nodriza de la familia Ruiz Díaz y de todo Catupecu Machu), Fernando y Gabriel se reconciliaron a moco tendido, lloraron y tocaron "Where the Streets Have No Name", de U2, con Fernando al bajo, una formación que probarían en público por primera vez. Un día después ocurrió el accidente: las birras en la cervecería de Recoleta, la trasnoche en el Roxy –donde Gaby conoció a Carlos Oliván, que terminaría dirigiendo a Fernando en el video de "Plan B: anhelo de satisfacción"– y el amanecer tornasolado y ferroviario del Palermo hípico. "Mirá el cielo... Es hermoso", dijo Gaby antes de subir al auto con César Andino, antes de ponerle play al tema de Bloc Party y antes de acelerar más de la cuenta y perder el control del coche.

Nueve meses después, Fernando me sugiere tomar algo en Buller, recisamente la cervecería en la que discutieron la lista de temas y donde Gabriel estuvo aquella noche, celebrando el cumpleaños de un amigo. Todo lo que pasó desde entonces –la supervivencia milagrosa, el amor de decenas de miles de personas, la vuelta a los escenarios de Catupecu (Obras, Pepsi, Rosario, Creamfields Chile, La Plata), la sostenida rotación radial y televisiva, la conmoción que producen esas canciones en el año más doloroso y masivo de la banda– parece la sinopsis de un guión que rebasó los bordes de lo verosímil, como si alguien hubiera sintetizado la sustancia de Catupecu –vocación de aventura, sobrecarga energética, misticismo rudimentario, gran capacidad de fascinación frente a lo cotidiano, convivencia sagrada con lo trágico, lo épico, lo pequeño, lo desaforado– y la hubiera vertido en una insólita ópera rock con final incierto.

"Si miro para atrás, me doy cuenta de que siempre viví la vida como una película, y una película más cerca de David Lynch, mezcla con Tim Burton y Fitzcarraldo, que una película en la que ya sabés todo lo que pasa", dice Fernando frente a un muestrario de cervezas caseras y una bandeja de rabas. "Quizá lo bueno de haber vivido todo lo que vivimos con Gabriel es que, de alguna manera, estaba preparado para una locura como ésta. Aunque por otro lado es inimaginable… ni siquiera el deceso de mi papá, hace cuatro años… O sea, eso lo entendí un poco más, era parte del proceso de la vida, uno ve morir a los padres. Pero esto tiene una cosa como de… de un dolor que nunca te imaginaste."

–¿En ningún momento la situación te paralizó?

–No, en ningún momento. Hay una cosa que escribí hace mucho, cuando todavía no existía Catupecu, que decía: "Ya habrá tiempo para la era de las almas". Ya habrá tiempo para eso. Una cosa muy importante con Gabriel es que siempre fuimos parámetro uno del otro. Personas muy distintas, con una búsqueda en común pero métodos diferentes. Desde que pasó esto, el solo hecho de mirarlo me obliga a no quedarme quieto. Desde el primer momento yo les expliqué a los médicos que, cuando Gabriel movía algo, sabía lo que estaba haciendo, porque en el escenario no necesitamos mirarnos, y sabemos lo que está pensando el otro, y establecemos una conexión que parece planificada, pero no. Con Catupecu nunca hubo una estrategia, y cuando la había se iba al carajo. Esa intuición se aplicó más que nunca en esta situación. Por eso yo siempre supe lo que le está pasando, desde el primer momento: sé por qué mueve la boca, por qué mueve las piernas, por qué no las mueve, y cuando no movía nada, yo sabía que estaba ahí. El primer día salí y pensé: si Gabriel optó por esto, si su subconsciente optó por esto, y si no lo optó y el destino fue el que lo impuso, bueno, que esté acá como tenga que estar; y si se tiene que ir, que se vaya.

–Parece como si ya tuvieras incorporadas algunas nociones sobre cómo afrontar una situación semejante, más que nada por la sintonía que tienen los temas de Catupecu con este momento, casi a modo de manual de autoayuda.

–Me tuve que elevar un poco a los conceptos que siempre emití. Como diez días después del accidente, Fausto [el mánager] me pasó un montón de cartas que mandaban los chicos del público, y eran increíbles: todas hablaban de la forma en la que alguna canción nuestra los había ayudado a superar un momento traumático. En definitiva, todas las cartas decían: "Che, leé un poco las letras de Catupecu, que por ahí te ayudan". Y yo flasheé.

–¿En ningún momento te desconectaste de la música?

–No. De hecho, la primera noche le canto ese mantra. Los médicos me decían que le cantara. El doctor Previgliano, el neurólogo de cabecera de Gabriel, fue muy importante. Me orientó en un montón de cosas. En un momento me dijo: "Loco, tenés que volver a tocar". Desde el primer momento escribí muchas cosas, compuse mucha música, me ponía el iPod y me quedaba ahí con él… Le puse música desde el primer momento. Siempre lo estimulamos con eso.

–¿Te sentís solo en el tipo de conexión que tenés con Gabriel?

–Sí, pero soy un gran amante de la soledad. Amo la soledad yendo por la hermosa Buenos Aires, escuchando música en el auto, de noche; la soledad al escribir en mis estudios que me voy armando; la soledad de una playa desolada; la soledad acompañada de alguien que comprende y comparte tu soledad… La soledad para mí es un espacio tan importante en mi vida como la música. Y el silencio hace a la música rica, es lo que separa los tonos. Así que en esa soledad no me siento desolado, porque mi familia y mis amigos me dicen: "Sé que te están pasando cosas que yo no entiendo ni vivo". Traté de vivir esa desolación como lo más intenso que viví en mi vida. Una cosa indescriptible, no conocía una tristeza tan profunda. Llegué a entender al tipo que se suicida.

–¿En algún momento te ganó la desesperación? Ese "¿por qué a mí?" de las víctimas de una tragedia…

–No me animaría a ese "¿por qué a mí?". Yo tengo un antecedente en ese sentido: tengo una hermana con síndrome de Down, Cristi, que es un ángel, y realmente yo aprendí mucho de ella... Mi papá me contó que, cuando Cristi nació, hace cuarenta años –un tiempo en que la situación era muy distinta, no había ecografías ni nada–, él fue a una iglesia, se puso a rezar y dijo: "¿Por qué a mí?". Y él sintió una voz (que sería su propia voz, no digo que haya sido la de Dios) que le decía: "¿Y por qué no? ¿Quién sos vos?". Así que nunca me pregunté eso. La vida tiene cosas tan dolorosas, tan dolorosas… Mientras pasaba el conflicto entre el Líbano e Israel, y yo me conmovía mucho pensando que en cada uno de esos edificios había sesenta familias a las que les estaba pasando lo mismo que a mí con Gabriel.

–O sea que tu tragedia no te aisló del resto del mundo.

–No, al contrario. ¿Y sabés por qué? Porque sentí que el mundo no me estaba aislando en mi tragedia. Hubo una manifestación de amor alrededor de Gabriel que, fuera de mi cuerpo, no la había sentido nunca. Lo que está pasando es increíble: el convencimiento de que Gabriel tiene que darle y darle para adelante, el amor que le transmitieron...

–¿Te cambió mucho la percepción de la vida, del tiempo?

–Más o menos. No siento que haya muchas cosas que debiera o quisiera dejar. No siento una culpa, una cosa de pensar que tal cosa pasó por tal otra. Es la vida misma. Un día agarro y le digo a mi novia: "Está claro que a partir de ahora no hay más queja". Y ella me dice: "Qué loco, porque vos no te quejás nunca". Qué me voy a quejar. Hay que salir a comerse el mundo, la vida, no hay tiempo para nada. No hay tiempo, yo me quiero matar porque sé que me voy a morir. A mí me encanta ser Fernando. Me cabe ser Fernando con todos mis defectos ylas pocas virtudes que pueda tener. Pero para mí el tiempo siempre fue una cosa extraña.

–Y para Gabriel también, ¿no?

–Yo no conocí a otra persona como él. Después de nuestro primer Obras, Gabriel dice: "Tengo que componer las cuerdas yo". Se compra tres libros así, los lee y en una semana compone las cuerdas. Viene Javier Weintraub (el violinista que toca con nosotros, que ahora es como un hermano para Gabriel) y nos dice: "Loco, llámennos cuando sea, no les cobramos, porque con esos arreglos tipo Stravinsky que hace tu hermano…". Y lo dijo él, que es un Steve Vai del violín. Cuando hablamos de Gabriel estamos hablando de ese tipo. Y esos signos continúan. Yo ya no digo más: "La vida es frágil". Andá a ver cómo quedó el auto de Gabriel y fijate qué tan frágil es la vida. Siempre fue todo muy intenso para nosotros, no es una manera de decir. Es una intensidad que nos viene de otro lado.

–Si existía una especie de pararreligión catupequense, parece que todo esto la activó más que nunca, la sacó a la luz pública.

–Es que nosotros vivimos las cosas como religiosos. Yo acá no estoy tomando algo. Yo estoy viendo a Carlos [el dueño de Buller] que viajó por el mundo investigando lúpulos. Toda la vida es así: el cine, la música, la pintura, las ciudades. Eso es religioso. No digo que todo lo sea. McDonald’s no es religioso. Pero esto que pasa acá, sí. Yo nací católico, pero pienso que en todas las áreas de la investigación del hombre hay verdades y mentiras. En ese sentido, nosotros tenemos una manera religiosa de vivir. Para nosotros es religioso salir de noche. Y creo que gran parte de los problemas del mundo se desprenden de no ver ese tipo de religiosidad. Casi nadie respeta el espíritu amoroso de las cosas. Un día en el Fernández veo a un médico que salva a una madre. Y yo, que estaba ahí como todas las noches, vi algo que nadie vio: vi al marido y al hijo esperando afuera. Y el médico había estado toda la noche poniéndole sangre, salvando a una persona para después ir a atender a otra. Yo lo agarré y le dije: "¿Vos sos consciente de lo que hiciste anoche?". "¿Qué?", me dijo él. "Salvaste una vida. Hiciste que un hijo tenga a su madre, que ese tipo tenga una mujer toda su vida… ¿Sos consciente de eso?" Y él me dice: "Y… a veces no". Claro, dije yo, por eso esto que pasa acá es lo más parecido que conozco a una banda de rock.

–¿Cómo fue el reencuentro con César [de Cabezones]? ¿Cómo se mantuvo esa relación de sala a sala en el Fernández?

–Yo le decía a Gabriel que César estaba bien, pero yo qué sé si me creía… ¿Y César? César me miró un par de veces cuando volvía de operaciones con morfina y me decía: "Loco, ¿dónde está Gaby? ¿Está ahí?". Cuando César va por primera vez a verlo después de que le dieran el alta, entro y está llorando. Claro, su amigo, con el que estaba pasando una noche increíble, el que vio cuando Gaby hizo así [inclina la cabeza, como vencida contra el volante]...

–¿Alguna vez te enojaste con Gabriel, pensando en que podría haber sido más prudente o algo?

–No, si Gabriel tiene changüí conmigo. ¿Cómo me voy a enojar? Por el contrario, siempre le dije: "Boludo, hasta si la elegiste, estamos a fondo con vos". No me arrepiento de todas las que pasamos. Creo que hasta en esto es Gaby.

–¿Cómo fue la decisión de volver a tocar en Obras a un mes y pico del accidente?

–Antes de volver, los chicos me decían: "¿A vos te parece que podés?". Y yo decía: "Mirá, en la cabeza de Gabriel no me puedo meter, pero sé que si ese día hay una urgencia con él, show must go on. Vamos a Obras y tocamos". Teníamos que hacerlo. Tenía que pasar. Y fue así, con una ayudita de mis amigos: el Zorrito [von Quintiero], Zeta [Bosio], los Massacre, Abril [Sosa]… Fue algo grandioso musicalmente. Mi mamá tuvo mucho que ver, insistía en que tenía que volver a tocar. Yo le decía: "Mamá, vos estás loca". Un amigo nos miró y dijo: "Y… vos y Gabriel no salieron de un repollo". En ese momento el Zorro también me dijo: "Mirá, Fer, los religiosos, cuando están en vigilia, rezan; y nosotros, los músicos, tocamos. Y aparte, si lo pide la mamma…". Son muchas cosas que van más allá de mí. Música, man, música.

–¿Qué es Catupecu para vos hoy?

–Qué difícil. No sé, porque nunca lo supe. Catupecu es un concepto móvil, como el cuerpo. Hoy Catupecu es esto: Gabriel rehabilitándose en el FLENI, recientemente salido del Fernández, con Zeta en el bajo, Pichu tocando la guitarra… Tengo tantas cosas en la portaestudio, tantas cosas que han quedado fuera de los discos. No sé… Capaz que haría algo… Creo que Catupecu siempre fue una banda, dentro del ala del rock, muy vívida, y como tal no vive ni del pasado ni del presente. Catupecu vive de algo que no sé qué es. Yo reformé todo mi set, un amigo me hizo una pedalera terrible, me compré una caja nueva, cambiamos un montón de cosas. No es que salimos onda Catupecu Emparchado. Es Catupecu. Es lo que siempre les dije a todos, incluso a los fans: "Chicos, miren que no salimos a dar lástima, eh". No salimos a hacer versiones pretenciosas porque ahora escucho el sonido del jacarandá. No, es música y el show va a estar buenísimo. No quiero que vengan a verme onda "aguantame que tengo dolor en mi corazón". Tengo dolor como la puta madre,pero la música…

–Ese sentimiento parece que tuvo su reflejo más fiel en la versión de "Plan B...". Es como que definió el año Catupecu.

–Creo que este momento es tan Catupecu como los otros, sólo que ahora se ven ciertas cosas. Si vos me preguntás cuál fue el año de Catupecu, te digo que todos. Aunque este año fue el más fuerte. Y mirá que Catupecu fue siempre adrenalina y demencia. El rockero siempre trata de mostrar los excesos, y nosotros fuimos unos grandes maestros de no mostrarlos. Somos una banda excedida en todo sentido. Yo no soy drogadicto porque probé las cosas y, como la vida me llama, como todo está ahí, opté por lo que genera mi cuerpo. Me parece que siempre estuvo adentro. Sí me gusta la ceremonia del vino, me gustan los tragos, pero siempre lo vi como algo que acompaña momentos… Mirá qué loco, las cosas que me estoy dando cuenta haciendo esta nota. ¡Qué parte de la historia que es esto!, ¿no? Hoy veía la tapa de la edición especial del Pepsi Music que sacó la Rolling Stone, y me veía a mí ahí, con más kilos de los que tengo ahora. Eran siete meses de sensaciones que… ¿cómo entra en un cuerpo tanto dolor, tanto amor, tanto odio, tanto descontento, tanto no comprender, tanto comprender, tanto querer, tanta intención, tanta nada y tanto todo? Y bueno, loco, se acumula: está ahí, en esa foto. Es increíble que ese momento haya quedado ahí, en la tapa de una revista. Eso es rock. Por eso alguna vez dije: "Esto de Gaby... qué rock que es, ¿no?". Y lo entendieron re mal, como si yo hiciera apología de la tragedia, como si viera en Gaby al nuevo James Dean. Y no, es difícil de entender: lo que yo veía ahí era una profundidad…

–… existencial.

–Dicen que las almas eligen dónde nacer, y que uno es mentor de su destino. Mirá lo que te voy a decir: qué auténtico lo de Gaby. Auténtico no como algo bueno, sino simplemente auténtico. La ruda macho es auténtica y no me gusta nada. Me gusta el jazmín, me gusta mi chica.

Desde el comienzo, Fernando supo que iba a tener que tomarse el trabajo de convencer a los médicos de que Gabriel es, en efecto, una persona con una carga de energía poco habitual, y que sus características singulares –pasarse días enteros sin dormir, vivir buena parte del día como un zen y mutar en demonio de Tazmania sobre el escenario– serían fundamentales para salir adelante. Pese a que el eminente doctor Previgliano fue el primero en decirle, casi al comienzo de todo: "Los milagros existen", los equipos médicos tienen un escepticismo lógico frente a casos como éstos. Son pocas las personas que sobreviven a semejantes traumatismos y son pocos los pacientes que logran salir exitosamente de un estado vegetativo persistente. Por eso Fernando afronta una tarea diaria de autoconvencimiento y transferencia general de esa convicción respecto de la fuerza interior de su hermano, basándose en los progresos lentos pero significativos que va manifestando. "Sé que todo esto puede sonar a un deseo mío de que Gabriel esté bien, pero la verdad que no. No es el convencimiento ciego del pariente: es que uno lo conoce."

En esa rutina de lucha continua (aunque Fernando prefiere no hablar de lucha, sino de convivencia con lo dado, con el sufrimiento y con la alegría de tenerlo a Gabriel vivo), ocurren historias increíbles. La del primer mapeo cerebral en el Fernández, por ejemplo. Según cuenta Fernando, su hermano venía manifestando notables signos de reacción frente a estímulos diversos, pero siempre en ausencia del equipo médico. La noche anterior a ese primer examen, Fernando se le acercó y le dijo en tono firme: "Gabriel, mañana viene el mapeo y vos me estás haciendo la del perrito, la del bebé que no quiere hacer la gracia frente al tío, y ¿sabés qué? No sirve para un carajo, porque los médicos no ven todo lo que vos podés hacer cuando estamos solos, y así no se puede seguir avanzando". Entonces Fernando le dijo a Guillermo Vadalá (el maestro de Gaby en el bajo) que pasara y que lo ayudara a hacerlo entrar en razón. Pusieron un disco de Maceo Parker, Guillermo le agarró la mano y empezó a arengarlo: "Escuchá, Gaby, escuchá cómo groovea. Escuchá… Mañana tenés que ir al mapeo cerebral y tenés que groovear, tenés que demostrar de lo que sos capaz". "De pronto –cuenta Fernando–, Gaby le aprieta la mano a Guille, levanta todo el torso, pega una respiración profunda y empieza a bajar despacio, con todo el esfuerzo que eso implica; y traga. Guille se quedó blanco."

–Y al día siguiente, en el mapeo, ¿grooveó?

–Creo que ese mapeo quedó en la historia del Fernández, fue muy emocionante. Estaba Dominga [su madre], por supuesto, que es el personaje central de esta historia, Javier Weintraub –que vino a tocar el violín–, yo y otros más. Lo metieron a Gaby en el cuartito del mapeo, yo llevé la laptop, el bajo frankenstein de él y con Weintraub empezamos a tocar, a hacer un quilombo bárbaro, yo chiflándole y poniéndole el bajo, todo un griterío. Le poníamos "Beat It", de Michael Jackson, con la producción de Quincy Jones, que a él le encanta, le subía el volumen y Gabriel reaccionaba a full. Mozart, Bach, Beethoven, algunos tanguitos… Después de cuarenta minutos salimos, afuera había gente mirando –por el quilombo que habíamos hecho–, y sale el doctor Previgliano, y mientras está llevando la camilla conmigo (¡el capo de neurología del Fernández!), me mira y me dice: "Fernando, te tengo que decir algo: me cerraste el culo".

–Hablemos de la música que le hacen escuchar a Gaby desde el accidente. ¿Qué cosas fueron y son importantes, además de las que mencionaste?

–Un gran disco que le pusimos mucho y que fue una gran catarsis, que le hizo muy bien a él y a todos, fue El regreso de Calamaro. Cuando ganó los premios Gardel le hizo una dedicatoria a Gabriel, y la verdad es que ése fue un mimo grande. Todo es una gran locura, hubo muchas escenas increíbles. Un día empezó la visita en el Fernández y había fallecido, en la cama de al lado de Gabriel, un señor muy grande. Estaban Betina [una amiga], Macabre, Herrlein [tecladista y baterista de Catupecu, respectivamente]... Imaginate el clima en terapia intensiva: había un cadáver ahí. Y así como cuando falleció mi viejo –un jueves de hace cuatro años– nosotros salimos a tocar dos días después, esta vez yo dije: "Vamos a festejar la vida, vamos a festejar que este hombre existió". Entré y puse "Tuyo siempre", de El regreso. ¡Qué bien que la tocaron los pibes de Bersuit! Tenía una botella de vino que me había quedado del almuerzo, la saqué y… Fue una locura. Le cantábamos a Gaby: "Si alguna vez, no me vuelven a ver, porque a mí, como a todos se me olvida…". Y Gaby movía la boca, me apretaba la mano. Fue al mes y medio del accidente... Pero hubo muchos discos importantes: cosas de Massacre, de los Beatles: [canta] "Blackbird flyyy…". Le puse mucha música de su iPod. Tenía una lista que se llamaba "bajo" y que tenía "Seguir viviendo sin tu amor" de Spinetta, "Crema de estrellas" de Soda, temas de Tom Waits, de Peter Gabriel. Y fueron un estímulo súper importante. Lo mismo que el tema que venía escuchando cuando se pegó el palo, "Like Eating Glass".

–¿Estaba en un momento muy Bloc Party?

–Sí, Gaby justo había venido de Londres, y apenas llega yo me lo cruzo en casa y lo primero que me dice es: "Escuchá esto. Es una banda que se llama Bloc Party…". Y me traduce la letra, que también parece premonitoria. Dice: "It’s so cold in this house…". El me decía: "Mirá lo que es esta frase: como comer vidrio, como tomar veneno".

–Lo bueno de verte ahora es que seguís teniendo esa misma voracidad por vivirlo todo.

–¿Sabés lo que pasa? Es como le decía la otra vez a un amigo: yo me levanto a la mañana y me vuelvo loco, ¿entendés? ¡Me vuelvo loco! Quiero poner música, quiero prender el dvd, quiero tocar la guitarra, quiero vivir, quiero estar zen, quiero hacerme el té… Como digo en la letra: "En jaque, al filo, en el umbral… Quiero todo". Quiero todo. Entonces me convierto en el hombre más sano del planeta y después reviento como un hijo de puta. Y está buenísimo. Y el día que entré en la sala, un mes y pico después del accidente, viví todo eso junto. Estar tocando, viviendo un momento de esa droga fantástica que es la música, y verlo a Zeta, y verlo a Arnedo tocando "Y lo que quiero…", y después con los Massacre tocando "Plan B…". Y no estaba Gaby. Yo miraba y pensaba que tenía que salir de atrás del equipo de bajo. Es una deformidad. No lo puedo comparar con nada.

–Debe haber sido extraño, porque para vos tocar, hacer música es estar con Gabriel, siempre fue así.

–De lo que estamos hablando es del power que tiene la música, y para mí Gabriel es música. Cuando nosotros tocamos, cuando estamos en la sala o en un escenario, pasa música. Me la creo. Siempre lo vivimos así. Siempre supimos que el rockero no venía a mediocrizar la cosa. A eso no vinieron los Pistols, los Ramones, Bowie o Gabriel. Ellos vinieron a patear el tablero. ¿Y qué está pasando acá? Un montón de rockeros disfrazados de pateadores del tablero que, en realidad, no están haciendo otra cosa que rearmar el tablero. Siempre sentí que con Catupecu les faltamos el respeto a miles de cosas, pero no a la música ni al rock. El rock siempre mereció una falta de respeto, es algo inherente al rock, pero ahora que ya pasaron algunos años, creo que merece un respeto. Como música clásica que es.

Ahora estamos en la confitería París del hipódromo de Palermo, donde las viejas toman el té con masitas; al fondo las personas solitarias les hablan a las máquinas tragamonedas y nosotros nos bebemos despacito un par de Camparis con Martini Rosso y jugo de naranja exprimido. En este salón construido en la década del 10 fue donde Gardel inauguró la era del videoclip con "Por una cabeza". Cuando entramos, el tipo que custodia la sala de juegos había saludado a Fernando solapadamente; le preguntó por Gabriel y nos dijo que no podíamos entrar en el área de apuestas con bolsos ni mochilas. No era nuestra intención. Así que nos quedamos del lado de las mesas, frente a un ventanal que proyecta una tormenta de fin del mundo, y adentro suenan las trompetas de largada, el repiqueteo digital de una cabalgata ficticia y algunos audios publicitarios poco confiables. La reacción del personal de la confitería –meseras, gente de la cocina que se asoma, guardias de seguridad, todos interesados por el estado de Gabriel y los próximos pasos de Catupecu– prueba aquello del "acto de amor" del que habla Fernando a cada rato.

"Gabriel estaba en amor", me explica él. "El último ensayo fue amor, la noche esa fue amor, el momento antes de subir al auto fue de amor... Entonces se pegó el palo y generó un acto de amor terrible. Millones de personas de todas las ciudades de América tirando onda. Vamos a redefinir un límite: ¿dónde está la tragedia? Para mí ésa es una palabra de hace ocho meses. Yo ahora lo veo todo desde otro lado. Para mí el desencadenante del accidente de Gaby fueron sus ansias de vivir."

Le pregunto si en algún momento se obsesionó con los detalles del accidente, con cómo pudo haberse evitado y demás. "No", me contesta con la laboriosa seguridad que se impone y le impone al mundo, una seguridad que parece evitar la grieta por miedo a la rotura, a filtrar más de lo necesario y terminar inundándolo todo y ya no poder respirar más. "Las conjeturas en mi cabeza no existen. No sólo con esto, sino con nada. Lo único que me dio a pensar fue que el auto se lo conseguí yo, pero es una conjetura… Ayer un amigo me preguntaba si le iba a hacer juicio a Volkswagen, porque me decían que el Fox se va de cola y un montón de cosas. Y no… Estos hechos deberían permitirte ver las cosas en una perspectiva mayor, y lo que no tenés que hacer es verlocorto, echarle la culpa al mundo, algo que los seres humanos tenemos muy instalado. Esto a mí me puso en el límite entre lo más espiritual y lo más terrenal y concreto. Porque esto que nos pasa es muy concreto. Es hiperrealismo. Y a mí el hiperrealismo en la pintura no me gusta."

–¿Qué momentos de tu vida con Gabriel se te vienen a la cabeza más seguido?

–Un par. Un día en la primaria, cuando él apenas nació, que para mí fue una cosa… Yo creo que cuando sos chico no tenés la sensación de orgullo, pero yo tengo el registro de sentir orgullo cuando él nació. En primer grado me sentaba atrás, ahí en la escuela 12, y habían armado reunión de profesores en la dirección y yo estaba tan contento que empecé a revolear bancos desde el fondo. Se armó un quilombo terrible, que se extendió por todo el colegio. Y cuando la directora empezó a retar a los más grandes, creyendo que ahí había empezado todo, yo salté, con el vozarrón que ya tenía, y dije: "¿Qué? ¿Y los de primero..?". Sentía un orgullo tremendo por mi hermanito. Es la misma sensación que sentí cuando compuso las cuerdas de Obras. Y la misma que sentí cuando él todavía no hablaba y armó un rompecabezas de seis piezas, un elefante en un circo. Y otro momento muy sustancial de mi relación con Gaby es lo que para mí fue el big bang de Catupecu: en la pieza de él, arriba, donde yo compuse muchos de los temas de Cuadros dentro de cuadros y El número imperfecto. Ahí estaba yo con él, y le dije: "Che, tendríamos que hacer un grupo". Y él me dijo: "Yo ya estoy, vos sos el que falta". Eso fue un año y medio antes de que empiece todo.

Fernando se calla y mira la avenida. El cielo se cae a baldazos. "Vos te das cuenta de lo que es este momento, ¿no? Esto es rock para mí. ¿Vos entendés lo que te digo? Esto es increíble. Qué momento. Qué trago. Para mí esto es real: saber que ahora la estoy pasando impresionante. Para mucha gente es difícil entender eso, que en una situación así yo la pueda pasar bien."

–Claro que es real.

–Lo que pasa es que, desde que pasó esto, sólo me desalineo con este tipo de sinergia cuando bajo a lo que comúnmente se llama realidad, o la realidad como la muestran los diarios y Crónica TV. Al tercer día del accidente bajo a desayunar –por primera vez me animo a bajar porque no quería ver a nadie– y veo que en Crónica están dando algo relacionado con el accidente de Gaby. Y me hizo muy mal, me sacó de ese estado energético que era óptimo para afrontar lo que le pasaba a mi hermano. Entonces, ¿qué es la realidad? ¿Esa es la realidad? ¿O la realidad es que, en ese mismo momento, le estaba saliendo una flor a uno de los cactus que teníamos en casa?

–Supongo que las dos cosas.

–La realidad es la que decidís enfocar. Si la realidad sólo fueran las noticias no existiría Ghost in the Shell, "Start Me Up" ni El extraño mundo de Jack. En Chile, al día siguiente de tocar, tuve un sueño terrible: el destino personificado me estaba gastando, me decía: "Mirá, mirá cómo está Gaby". Y estaba tal cual está, pero me lo hacía ver de un lado terriblemente trágico. Me desperté muy mal, en una oscuridad invencible. Abrí las cortinas, vi la montaña y me la llevé en la mochila. Y cuando volví, en el FLENI, vi la misma imagen que había visto en el sueño, pero la historia era otra. Estaba todo mucho mejor.Estaba Gaby levantándome la mano. La cuestión es el marco con que vemos las cosas. Si yo veo este momento con el marco del día anterior al accidente, claro, estábamos haciendo "Donde las calles no tienen nombre" y yo iba a tocar el bajo por primera vez sobre un escenario… Ahora, si yo veo lo que pasa hoy con el marco del día en que llegué a la guardia y vi a mi hermano en el estado en que estaba –no entiendo cómo lo soporté–, entonces lo que pasa ahora es maravilloso. En este momento me siento exactamente igual a cuando revoleé los bancos en la primaria. Estoy orgulloso.

–Una gran virtud tuya es poder ver desde un lado positivo la ecuación cósmica que te toca.

–Me encanta lo que decís, pero si me veo de afuera siento que no estoy bien predispuesto para eso. No estoy bien predispuesto para cantar, porque desde que tengo 18 años estoy cansado, siempre tengo la voz limada, y tengo una visión trágica de la vida. Siempre estoy cansado, contrarreloj.

–¿Y qué hacés? ¿Luchás contra eso?

–No, al contrario: me abrazo a eso. Vivo con eso. A mí Catupecu me generó más encrucijadas, más locuras, más dolores y más sufrimientos que felicidades. En términos de normalidad, yo era mucho más feliz antes de Catupecu. Era menos comprometido, no había llegado a la esencia de tantas cosas y no había vivido con la profundidad que después elegí para mi vida. La profundidad de decir que yo no compuse "Y lo que quiero es que pises sin el suelo". Yo no sé de dónde salió eso. Debo ser una antena bárbara, y que la música quiere vivir en mí.

–Como sea, esa visión trágica de la que hablás nunca te paralizó ni te deprimió.

–Es que a mí de chico me quedó grabada una imagen, viendo Sábados de súper acción con mi viejo y con Dominga. Mi viejo me decía: "¿Viste? Es como cuando termina Zorba el griego: se está quemando todo y Zorba se pone a chasquear los dedos, se pone a bailar". Cuando volví a ver la película hace poco y vi la escena final, entendí eso que me decía mi viejo. Y es lo que hicimos nosotros siempre: se pudre todo y empezamos a chasquear los dedos, salimos a tocar.

Por Pablo Plotkin



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Rolling Stone LA | 01.12.2006 | | Página 58 | La revista


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domingo, enero 07, 2007

ya basta por hoy, pero si quieren pueden ir a ver un videito (no tiene sonido lamentablemente) de nuestra amiga nathalie y su pet en la cabeza bailando con la musica que mas le gusta. para nathalie y chad es como su hijo, parece que es buena onda pero aun no lo hemos conocido personalmente
saludos
rafa y ana

PD: no lo pude parar al video y como veran nathalie esta lo mas pancha usando la compu mientras el susodicho le baila encima

a pedido de Doña Eka y Don Tian aqui va la segunda entrega de musica para depuntar el vicio, si sigo asi por ahi me vean en el proximo international festival of ladri music
firma: dijei rafe