miércoles, julio 23, 2008

Algún día toda esta mierda será tuya (criticadigital)

una nota muy buena.
si pueden leanla.
abrazos
rafa

Daniel E. Arias
23.07.2008
La Suprema Corte de Justicia acaba de ordenarle a una institución relativamente joven, Acumar (la Autoridad de Cuenca del Matanza-Riachuelo), que de una vez por todas empiece a organizar un escándalo ambiental que ya dura siglo y medio. Esa intervención desde el máximo nivel de la Justicia contrasta con el silencio ensordecedor que rodea el cuadro de situación de un cuerpo de agua mucho más importante para el país: el acuífero Puelche, para el cual no existe ninguna autoridad federal responsable y/o imputable. Es cierto que no abundan quienes hayan oído hablar del Puelche, seguramente por su carácter subterráneo y por lo tanto invisible. Sin embargo las mayores ciudades del país están asentadas encima de él, y no sólo se lo beben con cada vaso de agua; también se lo comen con cada bocado de pan o carne. Y le deben y debieron la mayor parte de las exportaciones agropecuarias a lo largo de toda la historia nacional.

La buena noticia es que somos dueños de una de las mayores reservas mundiales del principal insumo de la biosfera. La mala es que ya llevamos cinco siglos sin administrarla. Y la estamos haciendo puré.

El Puelche alberga 300 billones de litros de un fluido que, en un mundo sediento, empiezan a valer un Perú. Si se lo repartiera entre los 7.000 millones de humanos de este mundo, habría casi 43 mil litros –una pileta de natación mediana– por gorra.

Como para trazar equivalencias, el hidrogeólogo Oscar Dores, presidente de Evarsa (Evaluación de Recursos Hídricos, SA), traza estos cálculos: “Hasta que se cerró el lago de Yacyretá, todas las aguas embalsadas superficiales de la Argentina sumaban unos 47 hectómetros cúbicos. Eso es el 16% de lo que hay en el Puelche, y hablo sólo del agua dulce, no contaminada y fácilmente explotable del Puelche, algo menos de la mitad del inventario total”.

Junto con los 80 centímetros de humus que tiene arriba, el Puelche es el principal recurso hídrico de la Argentina. Las tierras que abriga son las de la Pampa Ondulada, la zona núcleo de la agricultura argentina, 230 mil kilómetros cuadrados donde cada chacra cuesta 15 mil o 20 mil dólares la hectárea, y algunos alquilan pero nadie vende un triste metro cuadrado. No es por nada: con el Puelche debajo, olvidate de las secas.

AGUA DE LA BUENA, AGUA PARA POBRES. El Puelche es el único recurso potable gigante en una llanura de 1,6 millones de kilómetros cuadrados que, fuera del Paraná, resulta muy avara en ríos. Los que hay son pocos y de poca monta. ¿Y de dónde viene el agua Puelche? De la lluvia: se infiltra desde arriba, atravesando la tapa gris del llamado “acuitardo Pampeano” con bastante dificultad.

En los sitios de mayor calidad del Puelche, como en la ciudad bonaerense de Mercedes, se baja con un pozo a sólo treinta metros y se pueden sacar entre 20 y 150 metros cúbicos por hora de agua potabilísima, con menos de dos gramos de sales por litro. Un chiche. Pero si sólo se baja con un pozo a 10 o 15 metros, como hace el pobrerío bonaerense, no se podrá salir de la “primera napa”, como la llaman los poceros, o del acuitardo Pampeano, como lo llaman los geólogos. Allí apenas si se podrá extraer a lo sumo un metro cúbico por hora. Y será un agua con una carga tan grande de nitratos y nitritos cloacales que su ingestión provoca diarrea obligada y urgente.

El acuitardo Pampeano mata su cuota anual de pibes entre los habitantes del segundo y el tercer anillos del conurbano porteño –notable punto ciego de nuestras estadísticas sanitarias– porque es la única fuente de agua para dos millones de personas cuyos pozos, también ciegos, están al lado nomás de sus fuentes de agua. Por ende, beben caca y pis, y no es metáfora.

Fuera de la Pampa Ondulada, en la llanura chacopampeana se vive de la lluvia, es decir de la timba meteorológica: hay acuíferos y acuitardos relativamente potables, pero en miniatura. Su tamaño limita no sólo la economía agropecuaria, sino la instalación de industrias y el tamaño de las ciudades. Un ejemplo redondo es Santa Rosa, la capital de La Pampa, pese a que el cambio climático ha vuelto cada vez más lluviosa a la provincia.

BOMBEANDO, CON PERDÓN, PURA MIERDA
. Sin mayor idea del problema bajo sus pies, la vieja firma Obras Sanitarias de la Nación (OSN) puso al Puelche en nivel de sobreexplotación, cuando corrían los años 30 y la zona metropolitana no llegaba a los 3,5 millones de habitantes. Pero las canillas de esos habitantes empezaron a secarse, o a escupir aguas cada vez menos potables y más saladas.

Por una parte, empezaban a llenarse de nitratos fecales, salidos de los pozos ciegos –nunca desterrados– y luego de las nuevas cloacas, que una vez construidas se rompían y filtraban a más y mejor. Por la otra, la creciente salinidad se debía a que alrededor de cada pozo de extracción se habían creado “conos de depresión”, y la inversión de presiones resultante dentro del acuífero obligaba a éste a fluir “al revés”: desde la periferia del río Salado (antes zona de descarga) hacia el centro (antes zona de recarga). Las grandes bombas de OSN estaban “llamando” a la distante agua salada.

Así las cosas, OSN pasó plan B y construyó la planta depuradora de la avenida Alcorta, en Palermo, para así “enchufarse” al Río de la Plata, cuyo líquido arcilloso exige tratamientos intensos y caros, pero al menos carece de cloruros y nitratos, sales que desafían todo proceso de potabilización común. En 1958, La Plata debió irse también a plan B, aunque mantuvo cierta tasa de extracción subterránea. Promediando la década de 1970, el conurbano sur (Avellaneda, Lanús, Wilde) también le dijo chau al Puelche, y siguen las firmas.

Lo que pasó entonces es bastante increíble. Los grandes conos de depresión bajo Buenos Aires, La Plata y parte del conurbano sur se llenaron inmediatamente de agua... que venía ¿de dónde? De las pérdidas de la red cloacal y pluvial.

Es que no hay otras fuentes: la recarga por lluvias en zonas impermeabilizadas de cemento y asfalto es nula: ahí el Pampeano está techado. Pero tanto pierden las cloacas y tanto hicieron “rebotar” el nivel del Puelche y el Pampeano que muchos terrenos que habían estado hundiéndose lentamente durante 70 años de bombeo o más empezaron a reacomodarse y a subir, ahora hinchados de agua. Y en este viaje vertical se fueron rajando caños, cimientos y paredes de edificios, por los demasiados cambios de morfología del suelo. Pesadilla para propietarios y fiesta para plomeros, albañiles y contratistas.

Pero los costos más fuertes están en los costos de potabilización. Beber del leonado Plata es un incordio caro, y máxime hoy cuando el cinturón fluvial costero está contaminado por caldos cloacales no tratados. Aguas Argentinas, ese invento franco-menemista que nos vendía agua de mala calidad a precios japoneses, perdió su concesión justamente por distribuir nitratos. Ahora AySA, que heredó la crisis –pero no el derecho a cobrar precios de degüello– tiene que construir con recursos muy exiguos bocatomas cada vez más río adentro, crear plantas de tratamiento cloacales y nuevas instalaciones potabilizadoras para desenchufar del Puelche y enchufar al Plata a masas cada vez mayores de gente.

AySA sabe que hay que contaminar lo menos posible el plan B, es decir el Río de la Plata, porque no hay plan C posible. Pero sigue sin haber un administrador federal del acuífero como tal, el equivalente de una autoridad de cuenca fluvial, para un recurso hídrico incomparablemente mayor que todos nuestros ríos, salvo el Paraná y el Uruguay.

NO WAY, JOSÉ. ¿Se puede recuperar el Puelche urbano? Imposible: es agua confinada en arenas subterráneas, lejos de la acción depuradora del oxígeno atmosférico. ¿Se puede evitar, al menos, que se siga percudiendo?

–No creo –dice el hidrogeólogo Eduardo Kruse, profesor de la Universidad Nacional de La Plata y también miembro de Evarsa–. Aun si se persiguiera en serio a las industrias y municipalidades más contaminantes, aun si se terminara con los rellenos sanitarios donde el mercurio de las pilas descartadas y otros metales pesados ingresan libremente al agua subterránea, todavía seguiría en pie el problema de los arroyos secos.

¿A qué se refiere Kruse? Al hecho de que bajo el lecho del Reconquista la napa desapareció hace tiempo, “chupada” desde abajo por la depresión del sobreexplotado Puelche. Cuando corría por campo verde, y antes de quedar atrapado en el tejido urbano, el Reconquista era alimentado por la napa freática a través de las paredes de su cauce, como debe hacer todo río que se respete. Pero desde hace décadas está realmente seco –en lo que se refiere a aportes naturales– y lo que fluye por su traza no es agua de lluvia o napa, sino puro efluente cloacal e industrial. Un asco.

Lo que sucede entonces es una inversión: ya no migra agua al arroyo desde el terreno, sino del arroyo al terreno, de modo que la contaminación química del fondo del cauce (un salvaje repositorio de plomo, cromo, cobre, arsénico y otros metales tóxicos) va propagándose bajo tierra hacia el deprimido acuífero Pampeano, que a su vez la llevará lentísimamente hasta el Puelche, donde puede migrar centenares de kilómetros y durar miles o decenas de miles de años.

Es cuestión de comprobar la repetición del “modelo Reconquista” para los casos del Riachuelo, el Medrano, el White y todo otro arroyo situado en los “conos de depresión” del conurbano para tener una idea del problema. ¿Cómo evitarlo? ¿Poniendo a los 13 millones de habitantes de la mancha urbana a tomar agua del Plata? Es lo que hace AySA, porque no tiene otro maldito remedio, y es una política que viene desde tiempos de OSN. Pero dispara otro tipo de problemas.

¿Cuáles? Desde que en Avellaneda no se explota el Puelche y la napa “rebotó”, las cosas ya no son como antes. Contaminada durante varias décadas, el agua subterránea del Pampeano y del Puelche ahora está casi pegada a las suelas de los zapatos de todos esos hinchas de Racing e Independiente. De modo que en cuanto llueve más de 15 o 20 milímetros, la napa aflora libremente por la calle en forma de inundación, y 100 años de contaminación química almacenada en el subsuelo irrumpen de regreso al ecosistema humano.

El problema principal del Puelche es que está bajo tierra, y desde el Proceso en más, el saber científico de nuestra clase política cabe en el reverso de una estampilla. Si los problemas nacionales se dividen en los que se arreglan solos y los que no arregla nadie, el Puelche está en una categoría peor: es un despiole total, invisible, a cargo de un argentino célebre: Magoya.

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