Lara Enke había nacido con el síndrome del corazón izquierdo hipoplásico, una grave enfermedad congénita. Su ventrículo izquierdo y la aorta eran demasiado pequeños y no podían suministrar suficiente sangre al organismo. Lara pasó los primeros seis meses en una unidad de cuidados intensivos. En la Navidad de 2004, Robert Enke y Teresa, sus padres, cenaron solos en el hospital de Hannover, a metros de la pequeña Lara. El primero de los tres paros cardiorrespiratorios fue un domingo. Robert debía jugar el martes siguiente ante Cottbus. "Tienes que ir", le dijo Teresa. El Hannover, con Enke en el arco, ganó ese día por penales. "Suena duro, pero aun si nuestra hija hubiese muerto, la vida debía continuar", contó el propio Enke al semanario Der Spiegel en 2005. Lara sobrevivió a dos operaciones más de corazón. Pero murió el 17 de septiembre de 2006, apenas después de su segundo cumpleaños. Seis días más tarde, Enke estaba otra vez defendiendo la valla del Hannover. La vida, efectivamente, siguió.
El domingo 8 de noviembre pasado Enke jugó su último partido en el Hannover. Dos a dos ante Hamburgo. Viajó 39 kilómetros en automóvil junto con su esposa, Teresa, hasta la granja de Empede, donde aguardaba Leila, la hija que la pareja había adoptado seis meses atrás. "Der Verlierer ist Enke" (El perdedor es Enke) tituló al día siguiente el influyente periodista de Kicker Karl-Heinz Wild un artículo crítico sobre la exclusión de Enke de la selección para los partidos amistosos ante Chile y Costa de Marfil. Enke, que había sido elegido mejor arquero de la temporada anterior, venía de un parate de dos meses por lesión. Además del juvenil y brillante René Adler (Bayer Leverkusen), los convocados fueron Manuel Neuer (Schalke 04) y Tim Wiese (Werder Bremen). Aun cuando las crónicas hoy digan que Enke era el gran candidato a titular en el Mundial de Sudáfrica, muchos sospechaban que el DT Joachim Low terminaría inclinándose por Adler, que venía de jugar un partido brillante ante Rusia. Acaso lo pensaba también el propio Enke, que ese lunes fue a una exposición en Hannover junto con su familia.
Todo se precipitó al día siguiente, martes 10 de noviembre de 2009. "Se está entrenando", dijo Jorg Neblung, agente de Enke, al periodista del Bild Florian Kelbs. Pero en el Hannover le dijeron que Enke no estaba allí. Neblung, preocupado, llamó primero a Teresa y luego a la policía. Enke dejó temprano la granja, en la que cuidaba a nueve perros, dos gatos y un caballo. Enke amaba a los animales. Había hecho anuncios para PETA, la organización que pide ética en el trato de animales. "Tiere Weihnachtsgeschenke keine sind!" (¡Los animales no son regalos de Navidad!), decía en un aviso. Enke habló temprano con su psiquiatra personal, Valentin Makser, para decirle que se sentía bien. Subió a su Mercedes 4x4 y no fue a la estación de tren de Neustadt. Era el arquero número 1 de Alemania, pero solía ir en tren a los entrenamientos del Hannover. Cargó nafta en la estación de Neustadt-Hagen. El automóvil se internó en una zona oscura y se detuvo a diez metros de las vías del tren. Enke dejó su billetera sobre el asiento. Cerró sin seguro, caminó unos cien metros por las vías y a las 18.17 murió atropellado por el Regional Express número 4427, que iba de Bremen a Hannover. Se mató a dos kilómetros y medio de la tumba de la pequeña Lara.
"Desde temprano tuvo miedo al fracaso cuando jugaba ante compañeros mayores. Estaba atrapado en su elevada autoexigencia. Muchas veces quise hablarle de padre a hijo, no como un especialista", contó su padre, Dirk Enke, atleta de elite en la ex Alemania del Este y psicólogo deportivo. "Tenía convulsiones, no podía entrenarse y una vez hasta llegó a preguntarme si yo me iba a enojar si él dejaba el fútbol", agregó Enke padre. El cuadro se agravó tras el fiasco en Barcelona, donde en 2002 fue suplente de Roberto Bonano y del entonces juvenil Víctor Valdés. Peor le fue en el Fenerbahce turco, del que se alejó luego de que le arrojaron botellazos por una mala actuación. Una semana antes del suicidio, Dirk aconsejó a su hijo que se internara. Un instituto psiquiátrico ya lo había admitido. Atravesaba nuevas fases depresivas y estaba bajo tratamiento con Makser. Pero no quiso internarse. Por un lado, temía que la Oficina de Familia le retirara la custodia de Leila, la hija adoptiva, de ocho meses de edad. Pero además temía que una internación psiquiátrica lo marcara dentro del mundo impiadoso del fútbol.
"El fútbol era su vida y creíamos que todo se superaría con amor, pero no fue así", confesó la viuda, Teresa. ¿Cómo debía admitir fragilidad un arquero de la selección alemana? ¿Acaso desde los 70 ese puesto no era destinado a grandes como Sepp Maier, Toni "Rambo" Schumacher, Oliver "Gorila" Kahn y Jens Lehman? Lehman fue el hombre que amargó a la Argentina en los penales del Mundial 2006. Su salida dejaba por fin las puertas de la selección abiertas a Enke. En una entrevista el año pasado con la revista alemana 11 Freunde (11 Amigos), Enke admitió que tal vez él no era un jugador promedio, pues le gustaban el arte, la filosofía y los aspectos más culturales de la vida. En esa misma entrevista, Enke dio acaso una punta de su sufrimiento privado: "Cuando hablo con la prensa -afirmó-, siempre tengo dos opiniones. Por un lado van mis sentimientos personales y por el otro, los que me sirven para el público".
Si Enke hubiese hecho pública su depresión difícilmente se habrían burlado de él los hinchas alemanes, que en estos días sufren nuevas denuncias de partidos arreglados en el ascenso, pero que llenan estadios, tienen sectores para seguir el juego de pie, boletos accesibles y un sistema mixto que transmite todos los partidos por TV. Su decisión de suicidarse fue debate nacional por varios días. El funeral fue el más numeroso en Alemania desde la muerte del primer canciller de la RFA Konrad Adenauer, en 1967. Los hinchas pidieron el retiro de su camiseta y que el estadio lleve su nombre. La intensa cobertura mediática terminó molestando a varios, me admiten colegas alemanes. Lo más interesante, me cuentan, es que al menos sirvió para que miles de personas se animaran a contar públicamente que también son víctimas de depresión, una enfermedad que se cobra 10.000 muertes al año en Alemania y que hasta Enke nadie creía posible en un astro del fútbol, capitán de su equipo, posible titular de la selección y modelo de muchos niños. "¿En qué estamos fallando para que un hombre como él pensara que no había mejor alivio que la muerte?", se preguntó Theo Zwanziger, presidente de la Federación alemana. Recién con el suicidio de Enke la prensa prestó mayor atención al libro autobiográfico publicado hace dos meses por Sebastian Deisler, estrella trunca del fútbol alemán, retirado hace dos años tras sufrir depresión. Y Andreas Biermann, del St. Pauli, de segunda, se animó a contar que en octubre pasado, víctima de depresión, también él intentó quitarse la vida, como lo hacen unas 3000 personas todos los días en el mundo, sin contar los 20.000 que fracasan en el intento y los millones que acaso alguna vez lo pensaron, tal vez porque "querer morir parece una parte de estar vivo", como escribió el inglés Nick Hornby en su última novela sobre suicidas ( En picado ).
Pero algo debe de suceder especialmente con los arqueros. El miedo del arquero ante el tiro penal , se llama un célebre libro de 1970 del austríaco Peter Handke, que cuenta la historia de Josef Bloch, un antiguo arquero despedido de su trabajo como mecánico que termina estrangulando a una empleada de cine de Viena. El psicólogo Marcelo Halfon, especialista en deportes, me dice que "el puesto de arquero es de alta exposición y altísima exigencia". "Es un puesto ingrato, de mucha soledad, y orilla la sensación del fracaso", me agrega su colega Marcelo Roffé. De los nueve casos de suicidios de los últimos años en el fútbol argentino cinco son arqueros: Osvaldo Rubén Toriani (campeón de la Libertadores 64 con Independiente y que había sufrido la muerte de un hijo pequeño) se mató en 1988 inhalando gas tóxico; Alberto Vivalda (lució en Racing y Chacarita) se arrojó a las vías del ferrocarril Mitre en 1994; el tucumano Luis Ibarra (Tigre) se fue de la concentración en 1998, mató a su esposa y se arrojó de un décimo piso; Sergio Schulmeister (Huracán) se ahorcó en 2003 en su casa de Boedo, y, por último, Mariano Gutiérrez (San Martín de Burzaco) también se ahorcó en su domicilio, en 2008.
"Los errores del arquitecto -señala un viejo dicho- se tapan con columnas; los del cocinero, con salsas; los del médico, con tierra, y los del arquero, con insultos." Algunas bestias creen que la salvajería es la ley número 1 en el fútbol. Y que en esa jungla no hay lugar para los "débiles".
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