por Pedro Cayuqueo.
Soy de aquellos que han disfrutado como cabro chico del juego de Chile en Sudáfrica. No por ser Chile, obviamente. Más bien por su fútbol. Por su buen y exquisito fútbol de ataque, obra y gracia de Marcelo Bielsa, el San Expedito del balónpie nacional. He disfrutado de la selección y mucho más tras el gol de Jean Beausejour, aquel laborioso puntero izquierdo del América y a quien por estos lados muchos conocemos simplemente como el “peñi Coliqueo”. Y es que el apellido materno de Jean es mucho más que un mero dato estadístico en los informes del INE. Su historia, la historia de su madre y la de su propio abuelo materno, originarios del sector de Wilio en La Araucanía, no es otra que aquella de la migración rural mapuche a la metrópolis. Nuestra particular versión de la búsqueda del “sueño americano”. Tal es la historia de Beausejour y su familia, la misma que comparten con otros miles de mapuches que pueblan las barriadas mas humildes de la periferia capitalina. Historia de desarraigo y discriminación. Historia de derrotas y escasas victorias por contar. Historia sufrida, a fin de cuentas. Tal como su propio gol “de costilla” frente a los hondureños. Tal como cada uno de sus carretones por la banda izquierda de los troncos suizos.
Soy de los mapuches que han disfrutado de Chile en Sudáfrica, lo reconozco. Pero no del chovinismo étnico de última hora que, tras el gol de Beausejour, pareciera haber poseído a muchos chilenos en esta larga y angosta faja de tierra, desde el periodismo deportivo (“los once guerreros mapuches ya han ingresado a la cancha”, Lunes 20 de Junio. Transmisión de ADN Radio) hasta reconocidas agencias de publicidad y marketing (“Chile v/s España - ¡Hubo un pueblo al que nunca pudieron vencer!”), pasando –era que no- por insignes autoridades del nuevo gobierno y políticos chamullentos de distinto signo. Y no es que me moleste que los chilenos se mimeticen con nuestra rica historia o vuelvan suyos los más preciados símbolos de nuestra identidad. En absoluto. Soy el primero en aplaudir cuando alguien se acerca a lo nuestro dejando atrás el racismo, los prejuicios, la falta de educación y, en último caso, su mala clase. Lo que me desagrada es la impostura, el cinismo, la utilización a conveniencia de un legado mapuche que, fuera del Ingwenyama Resort y del Ellis Park, es basureado en Chile y de manera cotidiana por los mismos que integran hoy la Marea Roja en la tierra de las vuvuzelas. O por aquella masa enfervorizada que tras cada triunfo chileno repleta de cánticos y consignas patrioteras la Plaza Italia.
Años atrás, Oscar Guillermo Garretón, en su habitual columna en La Segunda, daba cuenta de las “potencialidades” y “ventajas comparativas” que implicaban para Chile ser un país con pueblos indígenas aun vivitos y coleando. Y advertía del error histórico de las elites de no capitalizar en “imagen país” la riquísima dimensión étnica de Chile. “Seguramente varios han visto al famoso equipo de rugby neozelandés. Al presentarse en la cancha, reproduce un rito de los guerreros maoríes antes de iniciar combate. Es una muestra, entre muchas, de un país que transformó su etnia originaria en una marca extraordinaria de identidad”, concluía Garretón. Otro empresario, el Presidente Piñera, al referirse al “problema mapuche” –ojo, que en tiempos del nazismo se hablaba con la misma naturalidad del “problema judío”- pareciera seguir la misma lógica mercantil de Garretón. Y es que donde los políticos ven un conflicto, los empresarios ven oportunidades. Multiculturalismo neoliberal, le llaman los estudiosos. Cada mapuche un emprendedor. Cada indígena una aceitada y eficiente unidad de negocios. Comidas, costumbres, festividades, dioses, ritos e incluso sus propias lenguas, bienes inmateriales transables en el mercado de la diversidad. Gana usted y gano yo. Y todos felices comiendo perdices.
Algo de esto hay en el chovinismo étnico tan “chilensis” que por estos días se respira en el aire. Se viene el partido clave contra la temible España de Casillas, Torres y Puyol. Y que mejor que la imagen de los mapuches, esos espartanos por rey jamás regidos ni a extranjero dominio sometido, para envalentonar el alma nacional. Nada de original la estrategia, hay que decirlo. Guardando las proporciones, hace exactos 200 años, San Martín, Bolívar, Pueyrredón, Freire y O’Higgins, patentaron la idea al fundar la “Logia Lautaro”. Carentes de una identidad propia, a la mano de los criollos estaban las hazañas bélicas de Lautaro y sus mocetones. Nada mejor para nutrir de sentido su propia gesta emancipadora. Así lo hicieron y convengamos que mal no les fue. Tal vez por ello, nacientes repúblicas como Venezuela, Colombia, Ecuador y Paraguay, se construyeron desde entonces asumiendo su composición indígena. No sin dificultades y conflictos, gran parte de estos países han sabido sobrellevar su innegable realidad indígena y mestiza. Paraguay, el caso más emblemático de todos, hizo de la lengua de su principal pueblo indígena, el guaraní, el idioma oficial de todo un país. ¿No lo sabía? Pues afírmese, que desde el año 2006 y por petición del propio Paraguay, el guaraní es también lengua oficial del MERCOSUR, en igualdad de condiciones con el castellano y el portugués.
Chile, en los albores de la República, no fue la excepción a esta corriente pro-indigenista de las elites latinoamericanas. Conviene recordar que tanto el primer escudo como el primer himno nacional rindieron emocionado tributo a los mapuches, el “lustre de la América combatiendo por su libertad”. Jorge Pinto, destacado historiador de Temuco, relata en uno de sus libros un pasaje que habla por si solo: damas de la alta sociedad santiaguina, asistiendo a una fiesta en el Palacio de Gobierno vestidas a la usanza indígena. Y no se trataba precisamente de una fiesta de disfraces. Era, ni más ni menos, la gala que conmemoró el primer aniversario del 18 de septiembre… ¡Vamos Chile, que se puede! Pero sabido es que nada de ello prosperó. A poco andar las elites optaron por hacer borrón y cuenta nueva. Centraron la vista en la civilizada Europa y Lautaro, el primer hijo de América como gustaba llamarlo O´Higgins en sus discursos, volvió a ser aquel bárbaro sin dios ni ley que retrataban horrorizados los primeros cronistas españoles. Y sus descendientes, “una horda de fieras que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en bien de la civilización” (El Mercurio, 25 de Junio de 1857). Como dicen los abogados, a confesión de partes, relevo de pruebas.
Pasará el partido contra España. Chile vencerá o empatará. Asegurará con ello su paso a octavos de final, seguirá a cuartos y en semifinales probablemente será eliminado por Holanda o cualquier otra potencia que se le cruce. Chile dirá adiós al Mundial, Bielsa seguirá al mando de la Roja y la fiebre mundialera será historia. ¿Qué quedará del chovinismo mapuche de los chilenos? Poco y nada, a decir verdad. Es que una cosa es reconocer a un pueblo y otra muy diferente, utilizarlo. O pretender solo lucrar de manera comercial o marketera con su legado cultural e identitario. ¿Sabrá Oscar Guillermo Garretón que el reconocimiento de Nueva Zelanda al pueblo Maori no se reduce solo a la popular haka de los All Blacks? ¿Sabrá que el Parlamento neozalandés aprobó el 2008 una ley que devolvió el control a los maories de más de 176 mil hectáreas de territorio? ¿Sabrá que allá existe un Ministerio de Asuntos Indígenas y que los maories, vía un partido político propio, participan tanto en el Congreso como del actual gobierno? ¿Sabrá que se les permite competir con selecciones propias en diversos deportes? ¿Sabrá todo eso el Presidente Sebastian Piñera? ¿Lo sabrá el ministro de Mideplan, Felipe Kast? ¿Lo sabrá el nuevo director de la CONADI?
A ratos un haz de luz logra perforar los nubarrones. El pasado mes de abril y para sorpresa de muchos, un fallo de la Contraloría General de la República autorizó a los municipios de La Araucanía izar la bandera mapuche en sus instalaciones. La noticia, aplaudida por mi gente, generó más de un reclamo por parte de los Neardentales de siempre. Pero no hay vuelta que darle. El dictamen es contundente y solo queda acatarlo. ¿Permitiría Chile que nuestra bandera flamee algún día en la sede de la FIFA? ¿Permitirá Chile que –al igual como sucede con vascos y catalanes en España- algún día una selección mapuche dispute partidos internacionales, aunque solo fueran amistosos? Sería nuestra oportunidad para repatriar al sur del Biobio a Jean Beausejour (América), Gonzalo Fierro (Flamengo), Marcos Millape (Municipal Iquique), Cristian Canio (Audax Italiano), Dagoberto Currimilla (Huachipato), Frank Carilao (Municipal Iquique), Rodrigo Paillaqueo (Magallanes), Ismael Maniqueo (Magallanes), Darwin Pérez Curiñanco (Deportes Concepción), Patricio Salas Huincahue (Magallanes), incluso al todavía vigente rey de los potreros, Francisco Huaiquipan (San Marcos de Arica), entre otros. Se nos viene el Mundial de Brasil 2014. ¡Vamos Chile, que se puede!
* Publicado originalmente en The Clinic, Edición del Jueves 24 de Junio / http://www.theclinic.cl
Los recortes del día
Hace 1 día.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario