El señor E fuma entre pilas de papeles y documentos. Débilmente presiente la llegada de aquel remolino. Su oficina a oscuras, el silencio de la noche, la estóica estufa, no hacen mas que esperar.
"Este Gómez no se cansa de hacer mal su trabajo", dice y mira los papeles con ojos cansados. Casi inaudible una vocecita lo tironea con dulzura.
Se levanta, tira la montaña de cadáveres, limpia el cenicero y prepara una taza de petróleo sin azúcar. Otro pucho. El humo juguetea con la luz del velador. El señor E revisa un documento. Las pestañas se vuelven muy pesadas. Los números comienzan a liberarse, se abrazan y bailan. Los retratos guiñan ojos y t ar tamudean. La silla verde empieza lentamente a correr al taburete celeste. La oficina en cuestión está en el segundo piso, después de compras y créditos, al final de contaduría. El remolino entra por la puerta principal.
Como un disco que termina y vuelve a empezar sin fin, el señor E oye una voz dulce que lo angustia. Se siente ahogado y recurrentemente sin saber por qué recuerda a la señora E y a la hijita R.
En la oscuridad el remolino encuentra la estrecha escalera de paredes blancas. Solemnemente, como un remoto y lejano rito, comienza a subir los cincuenta y seis escalones.
El señor E con la cabeza entre sus manos escucha el disco repetir la misma voz, la misma voz. El velador sufre un ataque de epilépsia y escupe su luz loca por la oficina. El escritorio parece un hipopótamo sonriente mientras las sillas corren alrededor. Los paraguas se bajan del perchero, abren la ventana y saltan al vacío. La estufa se desenchufa, mete el cable en la boca y como un desesperado bonzo grita su agonía.
El remolino ve y oye el lío que hay en el fondo. Llega a la oficina agitado, justo a tiempo, en el exacto momento que debe llevarse al señor E.
hecho el 25 de julio de 1995
por rafa
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Hace 1 día.
1 comentario:
necesidad de comprobar:)
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