jueves, octubre 22, 2009

El Oro Verde de la Bioinformática (nota de P12 suplemento Futuro por Matías Alinovi)

Nota sobre la facultad de Bioingeniería que queda en Oro Verde a 10kms de mi ciudad natal. Siempre me interesó ese lugar y cómo venían estudiantes de todas partes de Latinoamérica a estudiar. Sobre todo me interesó la capacidad de hacer excelente ciencia desde un lugar como Oro Verde.

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futuro

Sábado, 17 de octubre de 2009

LA CONFLUENCIA DE DOS CIENCIAS PARALELAS Y COMPLEMENTARIAS

El oro verde de la bioinformática

Viaje al interior de una disciplina entre dos ríos, la informática –el río de los datos– y la biología –el río de la vida–. La extraordinaria experiencia de Oro Verde o cómo se hace carrera al andar.

Un joven investigador, una disciplina naciente, no tienen por delante un destino, como un callejón angosto, sino el complejo y espléndido repertorio de los destinos posibles. En principio, con un poco de suerte, podrán saberlo todo. Al cabo los investigadores se jubilan, y las disciplinas alcanzan una madurez rígida –una esclerosis del discernimiento– que exige un cambio revulsivo, pero en la ciencia el eco de esa ilusión nunca se apaga.

En Oro Verde, localidad bucólicamente apacible, a diez kilómetros de la ciudad de Paraná, Entre Ríos, en lo más alto de una pampa inconstante, con suaves ondulaciones de inaudito campo de golf, funciona la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Fiuner). En esa facultad de estudiantes tranquilos mateando en el verde, se dictan dos carreras: desde 1985, Bioingeniería, y desde 2006, la licenciatura en Bioinformática.

EL ANTECEDENTE DE LA BIOINGENIERIA

Puede parecer raro que una facultad de ingeniería no dicte las ingenierías tradicionales y se obstine por incluir la biología en sus programas. Pero esa aparente anomalía tiene su explicación en el desarrollo histórico de la Fiuner. Hasta 1980 allí se dictaba ingeniería electromecánica. Aquel año el gobierno militar cerró la facultad con el argumento de la optimización de recursos dispersos a lo largo del país, que apenas encubría la voluntad de suprimir definitivamente esos nidos de terroristas, las facultades. Por proximidad geográfica, los estudiantes emigraron entonces hacia la Universidad Tecnológica Nacional. Cuando la facultad reabrió sus puertas, en 1984, el panorama había cambiado. La genética, la biotecnología, estaban definitivamente en boga, y el gobierno de Raúl Alfonsín, con gesto inaugural, a instancias de asesores como René Favaloro, impulsaba la creación de carreras relacionadas con aquellas disciplinas, que en el país despuntaban en facultades de Bioquímica. Así surgió la bioingeniería de la Fiuner.

Si en principio la carrera buscó relacionarse con aquellas disciplinas nuevas, con el tiempo los afanes debieron acomodarse a las posibilidades de la estructura científica y académica de la provincia, y la carrera derivó entonces hacia una ingeniería biomédica, una disciplina relacionada con el equipamiento biomédico. Sin embargo, desarrolló, y supo conservar, a instancias de los profesores que acudieron de otras facultades para contribuir a su creación –el doctor Máximo Valentinuzzi, prócer de la biomedicina argentina, de la Universidad Nacional de Tucumán; el ingeniero Luis Florentino Rocha, que por entonces era el director del Instituto de Ingeniería biomédica de Fiuba–, un perfil propio: el del énfasis en la investigación básica.

Hacia 2001, aquella bioingeniería orientada hacia la investigación básica en matemáticas y en física, la primera en Sudamérica –desde el grado, la disciplina sólo podía estudiarse en México–, había adquirido un prestigio nacional.

El resto de la nota acá.



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